Mientras uno camina bajo la lluvia puede que el entorno se perciba como se ve todos los días. Las gotas resbalando lentamente sobre los parabrisas detenidos por un tráfico insoportable. Algunas revientan sobre los paraguas o periódicos de gente que corre innecesariamente hacia algún lugar, pensando que no serán tocados por las pequeñas unidades humedas que caen del cielo; pero al cruzar la calle a algún lugar "seguro" ya están completamente empapados.
Son bombardeados por el cielo y puede que todo eso, al finalizar el chaparrón, sólo produzca algún resfriado, alguna expresión despotricando al tiempo.
Es impresionante la fuerza de esas pequeñas gotas cuando progresivamente se van reuniendo al tocar el suelo y empiezan a abrir caminos; como si la naturaleza cambiara constantemente su sistema sanguíneo y se limpiase a sí misma y en esa limpieza también se modificara constantemente. Más impresionante todavía es la capacidad del hombre para manipular esas fuerzas; ¿pero hasta qué punto podemos controlarlas?. ¿Hasta qué punto la metrópolis, expresión última del control humano sobre lo natural, puede contener esa fuerza irracional con una voluntad incesante de cambio? ¿hasta qué punto la soberbia de lo humano por controlarlo todo?
Hace unas semanas, saliendo de la universidad me dirigía al trabajo, el cielo estaba nublado y el agua no había dejado de caer. -Aunque parezca un cliché caminar bajo la lluvia no es algo que me moleste-. Bueno, la cosa es que entre las Tres Gracias, una zona de Caracas y los Chaguaramos, otra zona de Caracas, está el río Guaire, principal vía fluvial del valle en el que vivo; anteriormente este río era cristalino y potable, hoy es una inmensa cañería modificada con enormes paredes de concreto para controlar su afluencia.
Mientras pasaba por debajo de la autopista y antes de llegar al puente ya se escuchaba el grito del río, era como un trueno permanente en la tierra, me impresionó este sonido -el río creció dije-. Hacia horas que llovía continuamente. Al pasar por el puente una extraña angustia empezó a tragarme. El sonido era ensordecedor, como el de las cascadas que uno ve en televisión y al voltear la mirada hacia el Guaire mi cuerpo se quedo ahí, pero yo me fui con esa pared de energía que pasaba bajo mis pies; Por un instante me sentí chiquito, endeble, frágil. Mi mente quedó en blanco y el corazón latía fuerte, yo estaba seguro, la inmensa pared de agua parecía tierra sólida en movimiento, cualquier cosa que lo tocara de inmediato sería tragado por el agua.
Sólo duré unos instantes parado ahí, pero pareció eterno, como si el tiempo se hubiese parado pero el río no. Todo lo que me rodeaba de pronto era como yo, más grande que yo, frágil como yo. De pronto sentí que una mano agarraba mis cachetes y girandaba mi mirada hacia otros ojos. Se me había olvidado que estaba con mi novia -Vamonos que me estoy mojando- dijo, asentí con la cabeza y continuamos, unos pasos más adelante -¿viste que impresionante el río?- le dije.
Por un momento estuve solo y todo era inseguro, como sino hubiese fin.

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